Juan 1, 35-39
«Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Cuando vio que Jesús pasaba por allí, Juan les dijo: ‘¡Ahí está el Cordero de Dios!’
Al oír esto, los dos discípulos siguieron a Jesús. Jesús se dio vuelta, y al ver que lo seguían, les pregunta: ‘¿Qué buscan?’
Respondieron: ‘Rabí, Maestro, ¿dónde vives?
Les responde Jesús: ‘¡Vengan conmigo y lo verán!’
Ellos fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde.»
AMADOS: Un día caminábamos por la vida y, de momento, aconteció algo inconmensurablemente grande que cambió, por completo toda nuestra vida toda y que la definió y la colocó en rumbo nuevo. A partir de ese acontecimiento, todo lo vimos distinto, todo era…diferente. Nada volvió a ser igual que antes, nada. Ese es el momento en el que nuestro «presente» se transformó y porque se transformó nuestro «presente», nuestro «futuro» será muy distinto al que hubiera sido si no hubiera devenido a nosotros y en nosotros «aquel indescriptible e inolvidable» acontecimiento.
Eso fue lo que sucedió a los discípulos de Juan el Bautista, lo que me sucedió a mí una noche «plomiza» de invierno hace 71 años atrás, y lo que, oro al Señor, acontezca a todos. El acontecimiento por excelencia es el encuentro personal con Jesús Cristo.
Juan el Bautista tenía discípulos, pero él sabía que no podía quedarse él con ellos como suyos propios. Y, no podía por una razón nada más… ¡Porque no eran de él!¡Eran propiedad de otro! El mismo Juan había confesado, Marcos 1, 7-8: «Después de mí viene alguien más poderoso que yo. ¡Ni siquiera merezco ser su esclavo! Yo los he bautizado a ustedes con agua, ¡pero ÉL los bautizará con Espíritu Santo y Fuego!»
Cualquiera que sea hombre de Dios de verdad, – como lo fue el Bautista – estará más que consciente que el Señor nos ha llamado no a que aquellos que pesquemos sean nuestros, sino que sean posesión y propiedad de Cristo Jesús, el Señor.