Marcos 2, 3-5
De pronto, llegaron a la casa cuatro personas. Llevaban en una camilla a un hombre que nunca había podido caminar. Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la tanta gente, subieron al techo de la casa y abrieron un agujero. Por allí bajaron al paralítico en la camilla donde estaba acostado.
Cuando Jesús vio la gran fe y confianza de aquellos hombres, le dijo al paralítico: «Hijo: ¡Te perdono tus pecados!»
No sabemos con certeza en qué casa fue que entró Jesús. Pero, debo decirte que Jesús no siempre entra en la casa. Hay algunas casas en las que se Le cierra la puerta a cal y canto. En otras, Él no entra porque están mugrosas y descuidadas, y los que viven en ellas se sienten enfermizamente satisfechos en medio del desorden e inmundicia moral. En otras, Jesús ya no entra porque, en ocasiones anteriores, Le habían permitido la entrada pero fue tan sólo para, una y otra vez, echarlo fuera. Jesús NO SIEMPRE entra en la casa. Y, hemos de recordar que: Él nunca fuerza la puerta, nunca. No lo olvides. Tampoco Jesús entra – aunque tú Le invites – si tu casa NO está limpia o si NO te interesa que Él te dé con qué depurarla.
El Señor Jesús se desvive por entrar en la CASA DE TU VIDA para morar en ella de manera permanente, NO como visita NI como huésped sino como dueño absoluto que es. Ése es el anhelo de Jesús como lo expresa Él en Apocalipsis [Revelación] 3, 20: «Yo estoy a tu puerta, y llamo. Si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo.»