EL PEQUEÑO DAVID Y EL GIGANTESCO GOLIAT

1 Samuel 17

“Del ejército filisteo salió un famoso guerrero, llamado Goliat, oriundo de Gat, de casi tres metros de alto.
Goliat gritó a las filas del ejército de Israel: ‘No hay necesidad que todo el ejército de ustedes salga, formado, para luchar. Yo represento a los filisteos y me enfrento con cualquiera. Ustedes todos son esclavos de Saúl. Así que, escojan lo mejor que ustedes tengan y que ése se atreva a luchar conmigo. Manden a uno, al que sea, y este asunto se resolverá enseguida.

‘¡Yo desafío hoy al ejército de Israel! ¡Échenme a uno que pelee conmigo!’ Al oír lo que decía el filisteo, Saúl y todos los israelitas se consternaron y tuvieron mucho miedo.»

Amados: La historia de cuando el pequeño David se enfrenta, con cándida osadía y sin ningún temor, al gigantesco Goliat, es una de las más gloriosas y cautivadoras narrativas de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento. ¿Por qué es que esa historia del pequeño, magro David contra el gigantesco Goliat nos emociona y nos encanta? Es que hay algo, siempre, cautivador para nosotros, los seres humanos, cuando presenciamos, de cerca, el triunfo de los pequeños sobre los grandes; cuando palpamos la victoria de los poquitos sobre los muchos; cuando vemos el éxito de los menos afortunados a la vez que fracasan los que dicen tenerlo y poderlo todo. Hay algo que hace conmover lo más profundo de nuestro ser y que nos hace experimentar una feliz empatía con los pequeños, con los poquitos y con los desafortunados cuando éstos vencen todos los obstáculos y logran la victoria. Nos sentimos felices cuando los «de abajo y que son nobles» triunfan y sobresalen. Cosas así resuenan en nuestro sentir profundo de lo que sabemos es correcto, bueno, verdadero, justo y santo…porque en lo más adentro, todos ansiamos lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo noble, lo santo y nos volvemos «campana de gozo» cuando vemos que lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo noble y lo santo triunfa.  En lo más adentro de nuestro corazón, ninguno anhela el fracaso y todos queremos lograr la victoria.

Amados: El Pueblo de Dios [que sea verdaderamente de Dios], siempre será desafiado y perseguido por los enemigos de Dios, ¡SIEMPRE! 

† PADRE

DECISIONES Y CONSECUENCIAS

2 Timoteo 1,9

Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo.

Amados: Las caídas, ya sea de reinos o imperios, como de personas individuales, jamás acontecen de la noche a la mañana. Tú puedes ser «diablo», «diabla» un día y – por la gracia de Dios – ser «santo», «santa» un segundo después. [Testigos son Pablo, Francisco de Asís y otros.] Pero, nadie es santo un día y diablo al otro. No. Es un proceso. Hay unos pasos hasta la caída. Los pequeños descuidos tuyos te conducirán a la negligencia; la negligencia tuya te conducirá a la indiferencia; la indiferencia tuya te conducirá a una conciencia encallecida; y, la conciencia encallecida es capaz de cualquier crimen contra cualquiera: contra uno mismo o contra otro, paisano o extranjero, contra amigo o enemigo, contra cualquier ser humano o contra el mismo Dios. Ten cuidado porque la historia suele repetirse. 

Con frecuencia, tú yerras. Al errar, al tomar decisiones incorrectas necesariamente, vas a cosechar las pésimas consecuencias de tus oscuras decisiones. Pero, supongamos, que luego de tú haber errado con alevosía, supongamos que – por pura gracia de Dios – llega a ti el «golpe de gracia» y aceptas la gracia misericordiosa del Señor nuestro Dios. Te das cuenta de tus yerros, de tus obras malas; te humillas para que el Señor Dios te perdone, para que te acrisole, te restaure y, entonces, como un nacido, una nacida de nuevo, comienzas a vivir la vida de la criatura nueva. No obstante, no podrás escapar las consecuencias terribles de la maldad que sembraste en otro tiempo.  Aunque en el presente seas criatura nueva, las consecuencias de tus malas o pésimas acciones – ya pasadas – perdurarán. Podrás ser criatura nueva, pero no podrás – casi nunca – deshacer el mal que una vez obraste. Por lo menos, no podrás controlar las malas consecuencias que se desatan como resultado de tu vida mala pasada. 

† PADRE

EL VERDADERO MILAGRO

Marcos 2, 3-5

“De pronto, llegaron a la casa cuatro personas. Llevaban en una camilla a un hombre que nunca había podido caminar. Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la tanta gente, subieron al techo de la casa y abrieron un agujero. Por allí bajaron al paralítico en la camilla donde estaba acostado.
Cuando Jesús vio la gran fe y confianza de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo: ¡Te perdono tus pecados!”


Amados: Jesús se encontraba en una casa, y había, dentro, fuera y alrededor de aquella “casa”, una muchedumbre de “casas”, de personas, porque la vida de uno es como “UNA CASA”. Cada una de las personas en aquella muchedumbre era como “una casa humana”. Pero, observa que ni Jesús estaba dentro de aquella multitud de “casas humanas” ni la multitud de “casas humanas” tenía interés alguno en estar dentro de la persona de Cristo Jesús.

No obstante, y,  para la gloria del Señor Jesús, cuatro individuos [cuatro casitas humanas] bajaron – por el agujero que abrieron en el techo de la casa – a un paralítico en una camilla y colocaron la camilla – con el hombre acostado en ella – delante de Jesús. La muchedumbre [la muchedumbre de “casas humanas”, de personas, que estaban en aquella casa] estaban esperando “ver” lo sensacional de un milagro de sanación. Los cuatro camilleros y buenos samaritanos estaban en busca de la sanación para su amigo y vecino. Sin embargo, lo que Jesús pretendía era la rehabilitación y la salvación del hombre y, leyendo y conociendo el corazón del hombre, Jesús le asegura: “¡Te perdono todos tus pecados!” Aunque LA Palabra de Dios no es explícita en cuanto a la reacción del paralítico se refiere, parecería – por lo que dice y por lo que insinúa la Palabra – que al ser perdonado por Jesús, el hombre experimentó la felicidad de saberse limpio y agradable a Dios.

El hombre paralítico experimentó la dicha de saber que su enfermedad nada tenía que ver con su vida anterior de pecado, experimentó la grandeza de saberse reconciliado con Dios en la persona de Jesús Cristo, el Salvador, Señor y Rey. La fe y la confianza del hombre en Jesús, le había salvado. Precisamente para que se Le aceptara y se Le abrazara como Salvador era para lo que Jesús había entrado en aquella casa. Lo que el Salvador se había dispuesto lograr en el hombre lo había logrado: Jesús pudo entrar en “la casa humana” de la vida de aquel hombre. El hombre experimentó – en lo más profundo – la salvación de Jesús Cristo, Salvador, Señor y Rey. El hombre que entró por el techo de la casa se dejó estremecer, purificar y santificar por Jesús Cristo. ¡He ahí el verdadero y sin igual milagro! Juan 14, 23: “Si alguien me ama es porque hace caso a Mi Palabra. Si me ama así, Dios mi Padre lo amará, vendremos a él y ¡HAREMOS MORADA EN ÉL; vendremos a vivir con él!”

† PADRE 

CRISTO JESÚS ES NUESTRA CASA

Apocalipsis 3: 20

«Yo estoy a tu puerta, y llamo. Si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo.»

Amados: ¿Recuerdan que un tiempo atrás les decía que tú y yo somos como «una casa», que nuestra vida es como «una casa» y que el Señor Jesús se desvive por entrar en la casa de tu vida para morar en ella y mantenerla limpia, santa y resplandeciente? Pues ahora te digo algo más: Jesús es, también, «UNA CASA», y no solamente «UNA CASA» sino que Cristo Jesús es «LA CASA» por antonomasia y ÉL se muere porque tú te desvivas por entrar en ÉL y porque te quedes con ÉL. En el Evangelio de Juan 15, 5,  Jesús lo afirma con diáfana claridad: «¡Quien permanece EN MÍ y Yo EN él o EN ella, ése o ésa da mucho fruto: porque separados de Mí no pueden lograr nada!» Jesús TE dice: «YO…¡en TU casa!, TÚ…en LA MÍA que SOY YO! Jesús es «LA CASA» por antonomasia, LA PRECIOSA y PERFECTA CASA. 

† PADRE