EL VERDADERO MILAGRO

Marcos 2, 3-5

“De pronto, llegaron a la casa cuatro personas. Llevaban en una camilla a un hombre que nunca había podido caminar. Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la tanta gente, subieron al techo de la casa y abrieron un agujero. Por allí bajaron al paralítico en la camilla donde estaba acostado.
Cuando Jesús vio la gran fe y confianza de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo: ¡Te perdono tus pecados!”


Amados: Jesús se encontraba en una casa, y había, dentro, fuera y alrededor de aquella “casa”, una muchedumbre de “casas”, de personas, porque la vida de uno es como “UNA CASA”. Cada una de las personas en aquella muchedumbre era como “una casa humana”. Pero, observa que ni Jesús estaba dentro de aquella multitud de “casas humanas” ni la multitud de “casas humanas” tenía interés alguno en estar dentro de la persona de Cristo Jesús.

No obstante, y,  para la gloria del Señor Jesús, cuatro individuos [cuatro casitas humanas] bajaron – por el agujero que abrieron en el techo de la casa – a un paralítico en una camilla y colocaron la camilla – con el hombre acostado en ella – delante de Jesús. La muchedumbre [la muchedumbre de “casas humanas”, de personas, que estaban en aquella casa] estaban esperando “ver” lo sensacional de un milagro de sanación. Los cuatro camilleros y buenos samaritanos estaban en busca de la sanación para su amigo y vecino. Sin embargo, lo que Jesús pretendía era la rehabilitación y la salvación del hombre y, leyendo y conociendo el corazón del hombre, Jesús le asegura: “¡Te perdono todos tus pecados!” Aunque LA Palabra de Dios no es explícita en cuanto a la reacción del paralítico se refiere, parecería – por lo que dice y por lo que insinúa la Palabra – que al ser perdonado por Jesús, el hombre experimentó la felicidad de saberse limpio y agradable a Dios.

El hombre paralítico experimentó la dicha de saber que su enfermedad nada tenía que ver con su vida anterior de pecado, experimentó la grandeza de saberse reconciliado con Dios en la persona de Jesús Cristo, el Salvador, Señor y Rey. La fe y la confianza del hombre en Jesús, le había salvado. Precisamente para que se Le aceptara y se Le abrazara como Salvador era para lo que Jesús había entrado en aquella casa. Lo que el Salvador se había dispuesto lograr en el hombre lo había logrado: Jesús pudo entrar en “la casa humana” de la vida de aquel hombre. El hombre experimentó – en lo más profundo – la salvación de Jesús Cristo, Salvador, Señor y Rey. El hombre que entró por el techo de la casa se dejó estremecer, purificar y santificar por Jesús Cristo. ¡He ahí el verdadero y sin igual milagro! Juan 14, 23: “Si alguien me ama es porque hace caso a Mi Palabra. Si me ama así, Dios mi Padre lo amará, vendremos a él y ¡HAREMOS MORADA EN ÉL; vendremos a vivir con él!”

† PADRE